José R. PEDRAZA (Granada). La lluvia comenzó a caer
con sonoridad metálica sobre el balcón cuando la crónica de ayer llegaba a sus
últimas letras. Los zapatos y la ropa interior, que se ventoleaban, se nos
pusieron más guachos de lo que estaban. Se cerró la noche en todos los
sentidos. El preludio poco halagüeño que vaticinamos no tuvo lugar. El color
fue el de la tranquilidad en los pasillos, de precipitación en la calle. El
cansancio pudo más que la disrupción (¡uy, perdón!).
Sin mucho tiempo para
reponerse, rin-rin-rin. 7’20, la lluvia repiquetea los cristales como la caja
de una buena agrupación musical. Más fino el baqueteo que ayer noche, pero para
nosotr@s eran tambores de guerra.
Desierto el comedor, nos
fuimos poco a poco haciendo con su control. El buffet fue dando rienda a la
charla y a las proteínas que permitían compartir el sentir de lo que podríamos
hacer a lo largo de la mañana. Lo que fuera dependía de las inclemencias, y la
noche había sido una auténtica tamborrada.
La puntualidad ya es seña
de identidad de esta expedición. Bautismo grupal en una fina llovizna que no
presagiaba mal día, pero que había conseguido subir el caudal de todas estas
estribaciones que son vastas, altísimas y empinadas. Llegando al puerto del
Suspiro del Moro, confirmación de la cancelación del plan. Dani y Javi nos
reciben con su personalísima amabilidad en la BP que hay tras Otura, Alhendín y
La Malahá. Nos es necesario mucho convencimiento para abortar la intentona
barranquera de Otívar. La mejora de la jornada la estábamos viendo venir por el
cielo desde el oeste con un claro que pillaba desde Algeciras a La Carolina –por
lo menos-, pero quién frenaba el caudal que se había hecho amazónico en la
vertiente mediterránea por la que nos íbamos a tirar cual tobogán. La
alternativa era la que era. En la parte de Monachil y Los Cahorros podíamos
hacer trekking y rappel. Camino de Granada y subida a Monachil, paso a contramano
por el pueblo –y gracias-, y llegados a una especie de era-aparcamiento,
trasbordo a la Volkswagen para encaminarnos –propiamente- hasta alcanzar el
sendero del Camino de la Cabra, en el río Monachil: puentes colgantes, caminito
inestable y estrecho haciendo funambulismo de aventura –la de caernos al
cauce-, y paredes de vértigo a ambos lados. Un desfiladero de inusitada belleza
y verticalidad nos absorbió durante un par de kilómetros. Algunas angosturas
conllevaban coger la postura que llevan los hindúes cuando se emperchan a sus
vagones ferroviarios: la mano en un asidero metálico grapado a la piedra y un
pie de puntillas para apoyar algo, y el resto del cuerpo, llámese expresión corporal
aérea. Tan bonito como acongojante (bien escrito, por los pelos). En un punto
tela-cañón, “corte del camino por desprendimiento (Ayuntamiento de Monachil)”.
Vuelta sobre nuestros pasos, gateamientos, arrastres, volatines,…En otro punto
a modo de decorado –está así desde el Terciario por lo menos, no es cosa de
Javi y Dani-, llegó el momento decisivo de la matinal: cuerdas colgantes y de
pronto ese Dani que se viene gravitatorio cual Spiderman Granaventur. Como con
las piraguas, nos explicó todo lo explicable. Nunca hay riesgo sin control, y
eso se llama profesionalidad. Prácticamente toda la expedición se hizo cordada.
Cascos, arneses, ochos,…nos hicieron espeleólogos sin cueva. Si alguien nos
dice colgados, no nos molestamos. Todo bien, como siempre. Algún rasguño, algún
restregón rodillero, las manos rozadas, un sudorcito exprés,…En fin, cuatro
cosas, pero indemnes. Aplausos en el aterrizaje –toma de tierra-, y sonrisilla
nerviosa. Todos llegamos de pie en este parto rappelero. Al llegar abajo, “me has hecho la foto, ¿no?”. Ni un
fotógrafo en una primera comunión de dos cursos completos y sus catequistas
incluidas. Clic, clic, clic, clic, clic,…Qué sí, qué sí, qué sí. Clic, clic,
clic,…
Terminado el sofoco
gozoso (¿?), vuelta a los coches y escalada al bus para coger camino de Otívar.
Tiempo de sobra en teória. Adelantamiento telefónico de la comida en restaurante
El Capricho. Sin problemas. Camino de Motril, desvío pasado el Suspiro del Moro
hacia Jete, Otívar, Molvízar,…siguiendo la indicación que a Manolo-el-chófer le
hizo Dani-el-aventurero. Las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama nos esperaban
para hacer de las suyas. Barranquismo no íbamos a hacer, pero autocarismo sí.
La niebla se adueñó de la alta montaña y alguien le sacó a barrenazo limpio una
carretera imposible (A-4050) de la que Suiza tendría verdadera envidia. Curvas
de herradura, regolas en la caliza con algún tunelito, repisas carreteras, y
una niebla que impedía ver más allá, y mejor así porque la sospecha era de
dimensiones geológicas (no en tiempo, en altura).
El alumnado durmiendo y el
profesorado despierto (y Manolo también, que nadie piense lo contrario)
llegaron a Otívar. La agricultura tropical, metros arriba había hecho acto de
presencia: nísperos, chirimoyas, aguacates,…Los pueblos se desparramaban por
las laderas salvando bancales, y al fondo se adivinaba el Mediterráneo (tras
avisar por megafonía del acontecimiento, en un mal despertar, algún alumno me
desafío con cantarlo por Joanmanuel, y sin remilgos le hice a capela un “Naciii-en-el-
Mediterráááááá…neoooo, lalará la la…”) a mil metros viendo el Mare Nostrum allí
en lo hondo. ¡Me salió del alma, de lo más jondo!
La comida en el
restaurante, muy buena (ensaladas tropicales, croquetas compartidas y chuletón
de cerdo; bebida refrescante; postre). La atención de los camareros, lo mejor.
Trato cordial, campechano, de toda la vida –y era la primera vez que tod@s
estábamos por aquellas latitudes-. Fuimos a comer exclusivamente, pero mereció
la pena la pechada (la pechá) de
precipicios por los que nos deslizamos. La vuelta había que hacerla como fuese
por donde fuese: Ítrubo, Molvízar, y antes de Lobres, autovía para Granada. De
casi nivel de mar a los 850 de Suspiro del Moro, todo siesta –incluido algunos
de los antes mencionados como no-siesteros, ¿quién?-, y llegada al hotel a las
17’30. A las 19, tod@s guap@s, Granada nos esperaba. Desperdigados por el
laberinto (tiendas, fútbol, restaurantes,…), algunos nos fuimos a la Alhambra.
La caída de la tarde nos llevó a un deleite paisajístico sin igual: luz traslucida
color carne que envolvía la Alcazaba, los palacios nazaríes, Santa María, el
Generalife, las puertas de Carros y de la Justicia,…Enfrente, el Albaicín. Con nosotros,
el agua y el aire nevados, la floresta siempre viva, los lienzos amurallados,
enhiestos.
Por Gomárez bajamos, y
búsqueda para camuflarnos entre la fauna
del jueves. Respirando ambientes, tod@s en el sitio a la hora convenida. Bolsas
de recuerdos, algún caprichito, caras sonrientes, buen rollito de esta expedición
ahora urbanita.
Autobús de regreso y día
echado. A estas horas, tumbad@s. El ronquido late la madrugada. Orrjjjj, orrjjjj,…
Hola a todo@s!! Un poquillo dolor de cabeza me ha impedido saludaros antes. Todos los días, habéis estado rondando por mí cabeza, pero hoy especialmente. Esta aventura esta dando las últimas bocanadas. El penúltimo día, la última noche y todos a casa. En fin...
ResponderEliminarBueno se trata del día de ayer! Y como hemos podido comprobar, la lluvia chafo un pelin el día. Se buscaron alternativas y al parecer lo pasasteis de lujo. Pues de eso se trata. Jose Ramón nos vuelve a llevar con su redacción del día, a imaginar y a situarnos ahí. A ver el día de hoy cómo se ha dado. Esperemos que de lujo. Sin más, que me embalo y no paro. Saludos y Besazos a todo@sssssss.