José R. Pedraza (Granada). La crónica comienza en
horario torero, nada de noctambulidades periodísticas. Por ahí vamos bien. Tras
varios días de “marcha loca” por los contornos serranos y urbanos, no está mal
escuchar los pájaros trinar a media tarde al lado de la ventana de un hotel en
el que se siestea, que también es necesario. Podríamos haber hecho otra cosa
mejor, a juicio de este insignificante cronista, pero a veces todo tiene su
cara y su cruz, sus momentos álgidos y sus momentos bajos, su cal y su arena,
su amabilidad y su acritud, su agradecimiento y su ingratitud. No pasa nada,
qué le vamos a hacer. Una tarde distinta, que también es bonito. Quizá el
carácter, el estilo de esta parrafada, no consiga ser el de la trilogía
precedente. Una crónica también distinta.
La noche tuvo su pequeña
movida telefónica. Una nueva partida de chinos decían ser llamados por algunas
personas. Que si tú, que si yo, que el del norte, que si el del sur. Desconexión
telefónica. Buahhh. Nada. No hubo más novedad que el paso de la noche.
Nota curiosa y olvidada
de ayer: en Otívar, más allá de Google Maps y todas las aplicaciones georreferenciales,
de cuatro mesas que se ocuparon en el almuerzo, todas eran de ingleses en pura
intergeneracionalidad, bisabuelas con biznietas, abuelas e hijas, hijos y
padres, padres y padres, madres y madres. Y por España, profes y alumn@s. Qué
maravilla. ¡En Otívar! (Gibraltar queda lejos).
Por la mañana, el comedor
del hotel recuperó el ambiente de la llegada, ambiente de gala. El bloque
oriental estaba bien presente, chinos de todas las edades y del mismo tipo, y
occidentales algo más variopintos: viejitos gallegos, ellos indefinidos; ellas,
dulces. Y completando ese bloque euroasiático, nuestra expedición. Todos
comiendo a destajo para comenzar la guerra de cada día. Unos, ver monumentos
por doquier, corriendo de aquí para allá, o tranquilamente subiendo o bajando dulcemente
(los gallegos); y otros, nosotr@s, escarpando los riscos en todo lo alto de
Iberia, más cerca del cielo que ningún otro peninsular. El manchurretón
alargado de nieve que desde la vega se divisa nos estaba esperando para ser
hollado.
Un primer contratiempo
tuvo el día. Mal presagio. Algún despertador no hizo su deber (la responsabilidad
siempre es de otro). Rehechos de la dilación, experimento de salida de nuestro
barrio-polígono, y algunas carreteras de huerta se nos quedaron chicas para el
pedazo de macrobús Farebus-Man (así se llama, ea). Acequia, autobús, acequia. A
ver quién es el guapo que pasa. Como pudimos, salimos del atolladero, dédalo
laberíntico de caminitos en pleno ruedo granadino.
Subiendo como centellas a
la ventana tectónica del macizo de Sierra Nevada, 1000, 1500, 2000, 2500,…”Impresiones
y paisajes”, como escribió Lorca en 1918 desde abajo. Es muy complicado
explicar lo que veíamos por lo menos tres. Los pisos montanos los subimos
todos, y en el alpino, al principio con neveros y luego con nieves duras y a
veces espesas, nos esperaba Dani con todas las raquetas y mosquetones
preparados. El día es inmejorable, cirros lejanos en lo alto, alguna nube
lenticular y abajo, hacia el norte, el mar de nubes que dejamos atrás y que
cubría Granada. Azul y blanco, albiazul.
Tras las explicaciones de
rigor –que todo tiene su prospecto-, con más o menos dificultad, nos pusimos
manos a la obra. Subida parsimoniosa, temporalmente agrupada, dejando huella en
este universo helado. La salida se produjo a 2513 m. Daniel explicó algunas
comarcas, barrancos, anécdotas de su vida aventurera e hizo hincapié en el
respeto que hay que tenerle a la montaña, a la alta montaña alto respeto. La
montaña cobra vidas. Me recordaba alguna conferencia magistral de D. Eduardo
Martínez de Pisón y de otros eruditos del grupo de Pensamiento Geográfico de la
A.G.E.
Hoy podíamos hacer un
pequeño aperitivo, pequeñísimo, de lo que los grandes escaladores y montañeros
hicieron, abrir nuevas rutas, luchar contra los elementos, sentir el poder de
la naturaleza en una subida ascética, como la que hizo Petrarca al Mont-Ventoux
allá por el siglo XIV, origen del paisaje, hacer una metáfora de lo que es la
vida, un esfuerzo incesante en el que se pasan fatigas, hay ayudas desprendidas
y constantes, sorpresas, contratiempos…En fin, no sigo, no sigo. Llegamos a
donde pudimos o quisimos y no llegamos a donde no pudimos o no quisimos. El
viento fresco camino de los 3000 fue testigo de ello, pero las palabras se las
lleva el viento. Dicho y hecho. Uuuuuuu, Uuuuuu, Uuuuuu.
La falta de oxígeno quizá
u otras circunstancias de difícil análisis y comprensión nos devolvieron a
Granada (menos mal que a la Alhambra, podía haber sido peor), a comer de paso.
La siesta del hotel
recobró el protagonismo que parte de la expedición quiso darle. Otro plan, pero
la adolescencia hizo de las suyas. Analícese lo más que se pueda el concepto “adolescencia”,
científicamente desde todas las ciencias, sobre todo las sociales, y particularmente
las psicoevolutivas. El que no lo intente o no llegue a aproximarse
probablemente esté próximo al concepto. Quizá excesivo diálogo para tan poca
edad, pero a 3000 m en un viaje buscado y querido….Más puntos suspensivos.
La hora taurina de esta escritura está llegando a su término.
Los pájaros siguen cantando felices de estar en la calle, el viento de la
montaña llega por la ventana. Luego cenaremos y nos acostaremos. Otro plan,
vaya.
Jajajaja profes, tenéis el reino de los cielos ganado!!!!!!! Graciasssss!!!!
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