domingo, 12 de abril de 2015

Día Quinto. 11.4.2015. UN MAGNÍFICO VIAJE CON UN MEJOR FINAL

José R. Pedraza (Córdoba). No hay quinto malo. Se dice que los finales, cuando las cosas han sido buenas, son tristes. En nuestro caso, el final es alegre, no porque se hubiese terminado algo malo, sino porque después de la tontería de turno, estuvimos en la noche de ayer echando un paseo de los de hermanamiento por el barrio, una cena fraternal, una salidita al parque para comer pipas, tomarnos un refresco, jugar en los cacharros, contar algún chiste, responder a preguntas del trivial, escuchar musiquita cañera y departir de algunas cosas vividas en los últimos cuatro días. Una botellona sin botellas. 
Cuando nos recogimos, el día estaba cambiando a otro. Prudentes (como lo hemos sido en todo). La noche presuntamente fue algo movida, pero sin perder la presunción de inocencia. Las bolsas de chuches y refrescos del hipermercado del paseo de la tarde-noche irían a algún lado. Para eso salimos a comprar. No se escuchó ruido en el pasillo ni queja del hotel. Todo plácido, todo normal en un viaje fin de estudios, demasiado normal. Mejor para tod@s.
Como era de suponer por parte de los profesores, el desayuno sólo lo pusieron en práctica tres (¡imagina, imagina!). También normal. Las leoneras habían llegado a su máximo exponente. Entre el sueño y no poder salir de ellas por obstrucción de sudaderas, bolsas, maletas, toallas, zapatos y adminículos de todo tipo y tamaño, la mañana fue tranquila en el despertar. Fue nuestra perfecta programación. Tras recoger esos cajones de sastre en los que se habían convertido las habitaciones 230,231, 232 y 234 y conseguir meterlo todo como equipajes, la salida la hicimos a las 11'30. El pic-nic nos lo preparó Paco, director y dueño de El Camino, con más cariño que el primero. Había que compensar la cena perdida del miércoles, y bien que se portó (dicho queda, justicia humana). Era una mañana relajada de camino por la que transitaríamos por el surco intrabético (A-92): Santa Fe, Huetor-Tájar, Loja, La Palma, y en Salinas, por la A-333, camino de cambiar de provincia tras la tangencial incursión malagueña. El rumbo hacia el norte nos metió sin solución de continuidad en Iznájar, bella atalaya andalusí en lo alto de un encrespado relieve. En derredor, y quedando en tómbolo el pueblo, el pantano de Iznájar, el mayor de Andalucía, un mar interprovincial en pleno corazón de la Bética. 13 horas, tiempo libre y paseo para encontrar rincones pintorescos cada uno por su cuenta. Los niños con los niños, las niñas con las niñas. Los profesores, más solos que la una. 
A las 14 nos vimos en el mismo balcón a modo de adarve en el que Rafael, nuestro nuevo chófer, había dejado su bus. En todo lo alto del fortín iznajareño nos comimos nuestro almuerzo bocadillero, esta vez regado con zumitos y bebidas carbonatas. Otro riego, que el agua con agua enguachina. Sobró comida para otro regimiento. Estuvimos cobrando fuerzas para acometer una intrépida tarde en el río que vimos nacer en lo más alto de la nevada sierra granadina y que ahora se represaba en el límite de las provincias de Málaga, Granada y Córdoba, por la que discurrirá majestuoso –el Genil es la arteria afluente más grande del Río Grande- hasta entregar su caudal en el ya sevillano Betis. Nos hicimos una foto entrañable con Francisco, un viejito cariñoso que compartió el asiento de la parada del autobús justo al término del almuerzo. Foto de grupo con él.
Dejando la A-333 en Rute, llegamos a la A-45 en Encinas Reales, rumbo sur hasta Benamejí y error en la elección de empresa de rafting. Nos fuimos a la competencia (aprovecho para recomendarla también, en la bajada desde Benamejí al Genil, en la antigua N-331 –Camping Rafting-, con sus cortijillos, su pedazo de cafetería,…-. Tras el saludo equivocado, continuación hasta El Tejar, y a la salida, a mano derecha, Salta Ríos, la empresa contratada. Saludos, explicaciones de Antonio, el responsable, cambio de atuendo –el embutido en el nuevo neopreno fue más agradable que en Quéntar-, y cambio de bus (ahora era de minibús a minibús –nos lo cambiaron el viernes, no lo dije-), y descenso hasta la misma margen izquierda. Nuevas explicaciones técnicas, el cuerpo que se nos iba poniendo casi malo –alguno al Genil lo veíamos como el Iguazú-, y manos a la obra. Allí íbamos las cuatro embarcaciones aguas abajo. Una compuesta de unos descompuestos en despedida de soltero; otra con los alumnos; otra con las alumnas; y otra con los dos profesores y cuatro ceutíes sin rumbo determinado. El tramo uno, apacible, pasando bajo el elegante puente de Hernán Ruiz, renacentista, quinientos años lo contemplan, cinco siglos soportando gentes, carros, coches, camiones, camionacos. El tramo dos, tras un giro en la ladera agrietada de Benamejí, un poquito más revoltoso, algunos rápidos y obstáculos a salvar –la fauna avícola hizo buenos vuelos rasantes por el bosque de ribera-; el tercer tramo, importante, ajustes milimétricos del rumbo, “¡adelante, adelante, adelante,…!” de los timoneles (los otros gritos eran “atrás”, “alto” y “adentro” –en caso de caída-). Caídas intencionadas en los tramos más controlados, chopeteos provenientes de palazos en el agua, mucha risa, complicidades, una armonía entre las balsas que nos llevaron por unos 8 km río abajo en una preciosa tarde de primavera formando parte del río, insertos en un paisaje fluvial digno de fotografía, haciendo mucho ruido, como era de esperar, pero con patos, galápagos, garcetas,…viéndonos pasar acostumbrados de ver pasar gente en un ecosistema en el que el rafting se ha incorporado con respeto. Pasamos por allí y allí no pasó nada. Para la mayoría todo un descubrimiento al que seguramente volveremos más pronto que tarde. Un buen regalo de onomástica o cumpleaños o una actividad colaborativa para hacer las paces (el Genil lleva agua casi todo el año, incluido el verano –su régimen es pluvio-nival-).
Llegado a una azuda, fin del trayecto. Recogida en la misma margen izquierda, balsas fuera, y de vuelta subiendo a Benamejí, pasando por medio del pueblo, a El Tejar. Recuperamos nuestras ropas, y regreso, cayendo la tarde, a Villaviciosa.
Si bueno fue el comienzo en los baños árabes, una ruptura con la rutina escolar y cotidiana, mejor fue el final de la excursión con una actividad fluvial y cordobesa que cualquiera puede repetir si se lo propone, lo invitan o lo necesita.
Parada técnica en Córdoba a eso de las 20’40, y vuelta a la N-432 para desviarnos en El Vacar, pasar nuestro embalse, respirar hondo,…y estamos en casa. Sanos y salvos como hemos escrito guasapeando a todos y todas l@s que nos felicitaron.
Y aquí nos despedimos, comenzando por l@s que nos habéis dado ayuda, ánimos y consideración por teléfono o por internet –especialmente algunos comentarios han sido emotivos, enternecedores y airosos para que las velas se llenen un poquito cuando el velamen se está recogiendo con lentitud entre invisibles tristezas y regusto de incomprensiones-. Después de un viaje así, recibir esas notas es el mejor de los reconstituyentes para intentar seguir inventando (innovación se le dice ahora, bueno).
Continuamos reflexionando como hicimos tras algún otro peregrinaje. Si lo positivo y lo menos positivo no se entienden en su justa medida, no se llega a la justicia, menos a la equidad. Nunca mereció la pena aquello que no tuvo proporción. Una croqueta no le puede dar sombra a una cima, la aritmética de un plato no debe ocupar el tiempo de la geometría y la magia de las montañas y los ríos. La madurez (analícese científicamente el concepto y caracterícese) será siempre nuestro sueño, educativo y social.

Terminamos dando un beso a todo el alumnado, Manuel, Sergio, Atenea, Clara, Miriam, Diego, Isabel, José, Rafael, Juan Manuel, Francisco, Lucía e Inés, por su buen comportamiento, por haber hecho caso de lo recomendado y acoger de buen grado los consejos y las adaptaciones que tenían que darnos solución a los problemas. Fueron buen@s.


viernes, 10 de abril de 2015

Día Cuarto. 10.9.2015. UN BUEN PLAN DIO PIE A UN PLAN TRUNCADO

 José R. Pedraza (Granada). La crónica comienza en horario torero, nada de noctambulidades periodísticas. Por ahí vamos bien. Tras varios días de “marcha loca” por los contornos serranos y urbanos, no está mal escuchar los pájaros trinar a media tarde al lado de la ventana de un hotel en el que se siestea, que también es necesario. Podríamos haber hecho otra cosa mejor, a juicio de este insignificante cronista, pero a veces todo tiene su cara y su cruz, sus momentos álgidos y sus momentos bajos, su cal y su arena, su amabilidad y su acritud, su agradecimiento y su ingratitud. No pasa nada, qué le vamos a hacer. Una tarde distinta, que también es bonito. Quizá el carácter, el estilo de esta parrafada, no consiga ser el de la trilogía precedente. Una crónica también distinta.
La noche tuvo su pequeña movida telefónica. Una nueva partida de chinos decían ser llamados por algunas personas. Que si tú, que si yo, que el del norte, que si el del sur. Desconexión telefónica. Buahhh. Nada. No hubo más novedad que el paso de la noche.
Nota curiosa y olvidada de ayer: en Otívar, más allá de Google Maps y todas las aplicaciones georreferenciales, de cuatro mesas que se ocuparon en el almuerzo, todas eran de ingleses en pura intergeneracionalidad, bisabuelas con biznietas, abuelas e hijas, hijos y padres, padres y padres, madres y madres. Y por España, profes y alumn@s. Qué maravilla. ¡En Otívar! (Gibraltar queda lejos).
Por la mañana, el comedor del hotel recuperó el ambiente de la llegada, ambiente de gala. El bloque oriental estaba bien presente, chinos de todas las edades y del mismo tipo, y occidentales algo más variopintos: viejitos gallegos, ellos indefinidos; ellas, dulces. Y completando ese bloque euroasiático, nuestra expedición. Todos comiendo a destajo para comenzar la guerra de cada día. Unos, ver monumentos por doquier, corriendo de aquí para allá, o tranquilamente subiendo o bajando dulcemente (los gallegos); y otros, nosotr@s, escarpando los riscos en todo lo alto de Iberia, más cerca del cielo que ningún otro peninsular. El manchurretón alargado de nieve que desde la vega se divisa nos estaba esperando para ser hollado.
Un primer contratiempo tuvo el día. Mal presagio. Algún despertador no hizo su deber (la responsabilidad siempre es de otro). Rehechos de la dilación, experimento de salida de nuestro barrio-polígono, y algunas carreteras de huerta se nos quedaron chicas para el pedazo de macrobús Farebus-Man (así se llama, ea). Acequia, autobús, acequia. A ver quién es el guapo que pasa. Como pudimos, salimos del atolladero, dédalo laberíntico de caminitos en pleno ruedo granadino.
Subiendo como centellas a la ventana tectónica del macizo de Sierra Nevada, 1000, 1500, 2000, 2500,…”Impresiones y paisajes”, como escribió Lorca en 1918 desde abajo. Es muy complicado explicar lo que veíamos por lo menos tres. Los pisos montanos los subimos todos, y en el alpino, al principio con neveros y luego con nieves duras y a veces espesas, nos esperaba Dani con todas las raquetas y mosquetones preparados. El día es inmejorable, cirros lejanos en lo alto, alguna nube lenticular y abajo, hacia el norte, el mar de nubes que dejamos atrás y que cubría Granada. Azul y blanco, albiazul.
Tras las explicaciones de rigor –que todo tiene su prospecto-, con más o menos dificultad, nos pusimos manos a la obra. Subida parsimoniosa, temporalmente agrupada, dejando huella en este universo helado. La salida se produjo a 2513 m. Daniel explicó algunas comarcas, barrancos, anécdotas de su vida aventurera e hizo hincapié en el respeto que hay que tenerle a la montaña, a la alta montaña alto respeto. La montaña cobra vidas. Me recordaba alguna conferencia magistral de D. Eduardo Martínez de Pisón y de otros eruditos del grupo de Pensamiento Geográfico de la A.G.E.
Hoy podíamos hacer un pequeño aperitivo, pequeñísimo, de lo que los grandes escaladores y montañeros hicieron, abrir nuevas rutas, luchar contra los elementos, sentir el poder de la naturaleza en una subida ascética, como la que hizo Petrarca al Mont-Ventoux allá por el siglo XIV, origen del paisaje, hacer una metáfora de lo que es la vida, un esfuerzo incesante en el que se pasan fatigas, hay ayudas desprendidas y constantes, sorpresas, contratiempos…En fin, no sigo, no sigo. Llegamos a donde pudimos o quisimos y no llegamos a donde no pudimos o no quisimos. El viento fresco camino de los 3000 fue testigo de ello, pero las palabras se las lleva el viento. Dicho y hecho. Uuuuuuu, Uuuuuu, Uuuuuu.
La falta de oxígeno quizá u otras circunstancias de difícil análisis y comprensión nos devolvieron a Granada (menos mal que a la Alhambra, podía haber sido peor), a comer de paso.
La siesta del hotel recobró el protagonismo que parte de la expedición quiso darle. Otro plan, pero la adolescencia hizo de las suyas. Analícese lo más que se pueda el concepto “adolescencia”, científicamente desde todas las ciencias, sobre todo las sociales, y particularmente las psicoevolutivas. El que no lo intente o no llegue a aproximarse probablemente esté próximo al concepto. Quizá excesivo diálogo para tan poca edad, pero a 3000 m en un viaje buscado y querido….Más puntos suspensivos.
La hora taurina  de esta escritura está llegando a su término. Los pájaros siguen cantando felices de estar en la calle, el viento de la montaña llega por la ventana. Luego cenaremos y nos acostaremos. Otro plan, vaya.

Tod@s estamos descansando que buena falta hace en este penúltimo día.


jueves, 9 de abril de 2015

Día Tercero. 9.4.2015. UN PLAN TRUNCADO DIO PIE A UN BUEN PLAN

José R. PEDRAZA (Granada). La lluvia comenzó a caer con sonoridad metálica sobre el balcón cuando la crónica de ayer llegaba a sus últimas letras. Los zapatos y la ropa interior, que se ventoleaban, se nos pusieron más guachos de lo que estaban. Se cerró la noche en todos los sentidos. El preludio poco halagüeño que vaticinamos no tuvo lugar. El color fue el de la tranquilidad en los pasillos, de precipitación en la calle. El cansancio pudo más que la disrupción (¡uy, perdón!).
Sin mucho tiempo para reponerse, rin-rin-rin. 7’20, la lluvia repiquetea los cristales como la caja de una buena agrupación musical. Más fino el baqueteo que ayer noche, pero para nosotr@s eran tambores de guerra.
Desierto el comedor, nos fuimos poco a poco haciendo con su control. El buffet fue dando rienda a la charla y a las proteínas que permitían compartir el sentir de lo que podríamos hacer a lo largo de la mañana. Lo que fuera dependía de las inclemencias, y la noche había sido una auténtica tamborrada.
La puntualidad ya es seña de identidad de esta expedición. Bautismo grupal en una fina llovizna que no presagiaba mal día, pero que había conseguido subir el caudal de todas estas estribaciones que son vastas, altísimas y empinadas. Llegando al puerto del Suspiro del Moro, confirmación de la cancelación del plan. Dani y Javi nos reciben con su personalísima amabilidad en la BP que hay tras Otura, Alhendín y La Malahá. Nos es necesario mucho convencimiento para abortar la intentona barranquera de Otívar. La mejora de la jornada la estábamos viendo venir por el cielo desde el oeste con un claro que pillaba desde Algeciras a La Carolina –por lo menos-, pero quién frenaba el caudal que se había hecho amazónico en la vertiente mediterránea por la que nos íbamos a tirar cual tobogán. La alternativa era la que era. En la parte de Monachil y Los Cahorros podíamos hacer trekking y rappel. Camino de Granada y subida a Monachil, paso a contramano por el pueblo –y gracias-, y llegados a una especie de era-aparcamiento, trasbordo a la Volkswagen para encaminarnos –propiamente- hasta alcanzar el sendero del Camino de la Cabra, en el río Monachil: puentes colgantes, caminito inestable y estrecho haciendo funambulismo de aventura –la de caernos al cauce-, y paredes de vértigo a ambos lados. Un desfiladero de inusitada belleza y verticalidad nos absorbió durante un par de kilómetros. Algunas angosturas conllevaban coger la postura que llevan los hindúes cuando se emperchan a sus vagones ferroviarios: la mano en un asidero metálico grapado a la piedra y un pie de puntillas para apoyar algo, y el resto del cuerpo, llámese expresión corporal aérea. Tan bonito como acongojante (bien escrito, por los pelos). En un punto tela-cañón, “corte del camino por desprendimiento (Ayuntamiento de Monachil)”. Vuelta sobre nuestros pasos, gateamientos, arrastres, volatines,…En otro punto a modo de decorado –está así desde el Terciario por lo menos, no es cosa de Javi y Dani-, llegó el momento decisivo de la matinal: cuerdas colgantes y de pronto ese Dani que se viene gravitatorio cual Spiderman Granaventur. Como con las piraguas, nos explicó todo lo explicable. Nunca hay riesgo sin control, y eso se llama profesionalidad. Prácticamente toda la expedición se hizo cordada. Cascos, arneses, ochos,…nos hicieron espeleólogos sin cueva. Si alguien nos dice colgados, no nos molestamos. Todo bien, como siempre. Algún rasguño, algún restregón rodillero, las manos rozadas, un sudorcito exprés,…En fin, cuatro cosas, pero indemnes. Aplausos en el aterrizaje –toma de tierra-, y sonrisilla nerviosa. Todos llegamos de pie en este parto rappelero. Al llegar abajo, “me has hecho la foto, ¿no?”. Ni un fotógrafo en una primera comunión de dos cursos completos y sus catequistas incluidas. Clic, clic, clic, clic, clic,…Qué sí, qué sí, qué sí. Clic, clic, clic,…
Terminado el sofoco gozoso (¿?), vuelta a los coches y escalada al bus para coger camino de Otívar. Tiempo de sobra en teória. Adelantamiento telefónico de la comida en restaurante El Capricho. Sin problemas. Camino de Motril, desvío pasado el Suspiro del Moro hacia Jete, Otívar, Molvízar,…siguiendo la indicación que a Manolo-el-chófer le hizo Dani-el-aventurero. Las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama nos esperaban para hacer de las suyas. Barranquismo no íbamos a hacer, pero autocarismo sí. La niebla se adueñó de la alta montaña y alguien le sacó a barrenazo limpio una carretera imposible (A-4050) de la que Suiza tendría verdadera envidia. Curvas de herradura, regolas en la caliza con algún tunelito, repisas carreteras, y una niebla que impedía ver más allá, y mejor así porque la sospecha era de dimensiones geológicas (no en tiempo, en altura).
El alumnado durmiendo y el profesorado despierto (y Manolo también, que nadie piense lo contrario) llegaron a Otívar. La agricultura tropical, metros arriba había hecho acto de presencia: nísperos, chirimoyas, aguacates,…Los pueblos se desparramaban por las laderas salvando bancales, y al fondo se adivinaba el Mediterráneo (tras avisar por megafonía del acontecimiento, en un mal despertar, algún alumno me desafío con cantarlo por Joanmanuel, y sin remilgos le hice a capela un “Naciii-en-el- Mediterráááááá…neoooo, lalará la la…”) a mil metros viendo el Mare Nostrum allí en lo hondo. ¡Me salió del alma, de lo más jondo!
La comida en el restaurante, muy buena (ensaladas tropicales, croquetas compartidas y chuletón de cerdo; bebida refrescante; postre). La atención de los camareros, lo mejor. Trato cordial, campechano, de toda la vida –y era la primera vez que tod@s estábamos por aquellas latitudes-. Fuimos a comer exclusivamente, pero mereció la pena la pechada (la pechá) de precipicios por los que nos deslizamos. La vuelta había que hacerla como fuese por donde fuese: Ítrubo, Molvízar, y antes de Lobres, autovía para Granada. De casi nivel de mar a los 850 de Suspiro del Moro, todo siesta –incluido algunos de los antes mencionados como no-siesteros, ¿quién?-, y llegada al hotel a las 17’30. A las 19, tod@s guap@s, Granada nos esperaba. Desperdigados por el laberinto (tiendas, fútbol, restaurantes,…), algunos nos fuimos a la Alhambra. La caída de la tarde nos llevó a un deleite paisajístico sin igual: luz traslucida color carne que envolvía la Alcazaba, los palacios nazaríes, Santa María, el Generalife, las puertas de Carros y de la Justicia,…Enfrente, el Albaicín. Con nosotros, el agua y el aire nevados, la floresta siempre viva, los lienzos amurallados, enhiestos.
Por Gomárez bajamos, y búsqueda para camuflarnos entre la fauna del jueves. Respirando ambientes, tod@s en el sitio a la hora convenida. Bolsas de recuerdos, algún caprichito, caras sonrientes, buen rollito de esta expedición ahora urbanita.
Autobús de regreso y día echado. A estas horas, tumbad@s. El ronquido late la madrugada. Orrjjjj, orrjjjj,…


miércoles, 8 de abril de 2015

Día Segundo. 8.4.2015. MENS SANA, IN CORPORE INSANO

José R. PEDRAZA (Granada). La noche pasó sin sobresaltos, con el buen gusto de la cena opípara –almuerzo nocturno- y con algún camarero prendado de la buena actitud de los comensales. “¡Vaya excursión! Esto es lo que no se ve. Es para hacer una foto del grupo y colgarla como ejemplo de lo hay que hacer. No hace mucho, otro grupo hizo del comedor otra Chechenia, una guerra. Estos vuestros ya no se ven, lo que no hay; para enmarcarlos”.
Algún ruido del parquet propio de algún espíritu noctámbulo hizo sospechar de alguna promesa incumplida.
El desayuno no se hizo esperar. Habiendo cenado como hombres –como mujeres-, algún@s parecían no haberlo hecho. La lima de un preso no come tanto. Se comió, y a tiempo. Un@s campeon@s. La salida fue a las 8’45 h. Los oportunos acuerdos y revisiones con la recepción, y Manolo el chófer (de Navarro, Baena) dispuesto a transportarnos a Quéntar. Desde Villaviciosa, confirmación de que estamos saliendo en la web del centro para todo el mundo.
El día se ha presentado bueno, nubes altas y 12º aquí abajo, sospechando que arriba será otra cosa. La vuelta a Granada es inevitable por la Ronda, una espina dorsal que recorre la capital de punta a punta como si la pusiésemos en posición fetal y la Alhambra fuese el ombligo. Pues la médula espinal nos saca del área metropolitana camino del Veleta. Las urbanizaciones se alargan siguiendo el curso de las vallonadas humedecidas y humanizadas; andalusíes, mudéjares, moriscos, cristianos, hortelanos inmemoriales que labraron la geografía bética con una plasticidad territorial sólo posible desde Al Andalus.
Desvío para comenzar la subida, y antes de llegar a Dúdar y Quéntar (no meto a Güéjar para no liarnos), la solana de la sierra por la que ascendemos, de súbito, nos mete en un paisaje predesértico más propio de Almería (¿una premonición?) que de la montaña media. Las cárcavas se abren de par en par con espartos de adorno (natural). La carretera se enrosca como serpiente a la defensiva que escarpa para intimidar. E intimidación la de la pared del embalse, 135 m de cemento y de agua sobre la que navegaríamos con mucho chaleco salvavidas y mucho neopreno, pero que sería estar volando a la altura de dos torres de la Mezquita de Córdoba.
La parafernalia de colocarnos los trajes aventureros, de imborrable recuerdo.  Una especie de lapa adherente y compresiva se había adueñado de cada un@ de nosotr@s. ¡Qué fatiguita, qué espesura de saliva! La rasca de la primera hora se quitó como en lo que se tarda comerse una uña puñetera. El traje puede ser una perfecta piel artificial para la conquista de los polos. Ahora comprendo los andares del mismo Valentino Rossi.
Daniel y Javier (Granaventur), buenos y curtidos monitores, dieron las pertinentes explicaciones, relajaron el ambiente, y ¡oh sorpresa!, “llegaremos de esta cola del embalse a la pared”. Lo que nos corría por las piernas a los profesores (de secano que somos) no sabíamos si era traspiración u otra cosa. Unos pocos palazos había que dar entre riscos y pinos. Y antes de embarcar (piraguar), el primer naufragio (sin alarmas, fue costero y sin costes de ningún tipo). Repuestos del susto, a remar se ha dicho. El entorno, espectacular. Calizas y areniscas verticales sirviéndonos de desfiladero en nuestro desfile acuático. Algún kilometrillo hicimos. Y como premio, aplacado el viento, en un recodo próximo a la pared del embalse, una cueva calcárea cual gigantesca bóveda románica que el agua disolvió, en perfecta circunferencia, en el carbonato cálcico. Fue un encuentro espiritual, dentro de la misma tierra, subidos en piraguas sobre aguas verdosas de innombrable –en esos momentos- profundidad.
Un rato de desembarco, comprobación de la altitud de talud artificial –uno de los pantanos de Franco, y de los más altos de España-, y retorno con viento en contra. Dolores desconocidos fueron ganando la partida al placer sensitivo de hacer lo que hacíamos. Algún remolque, alguna estrategia de rumbo y vuelta a la furgoneta (Volkswagen de los hippies, por supuesto).
Quitar el neopreno fue el calvario verdadero, no su puesta. Nos recompusimos, y vuelta al bus (mal aparcado en esas estrechuras montanas). Volvimos al hotel para comer a las 14 (tapeito, carne en salsa sabrosa, más fruta).
Sin tiempo de echar un coscorrón, la opción fue la belleza, ponerse guapos para el Parque de las Ciencias. De la aventura a la intelectualidad.
Solventado un contratiempo (siempre faltará algún papel –aunque no llegamos, por fortuna, a ser ilegales-), y maqueados para la tarde granaína, a las 16 estábamos fotografiándonos junto a Einstein. Otra aventura en la aventura. Tres horas por delante para ver y tocar, sobre todo, la ciencia en toda su dimensión y despliegue: el hombre de hielo (iceman), el cuerpo humano, la sanidad militar, mariposario, Al Andalus científica, electricidad, agua, viento, sol, aves, planetario, el Titanic,…Los que desconocíamos la instalación (algo de sonrojo ahora), una recomendación indudable para el lector/a y el primo y la suegra del lector/a (solemos llegar tarde a casi todo, carácter español que algunos convertimos en patrimonio con olor a alcanfor). El Parque científico os espera, también a los asiduos. ¡Si lo hacemos con el Tívoli….!
Todo estupendo, buen rato, mens sana (el corpore no estaba tanto). El movimiento remero, casi,  algunos lo hacíamos sin remo en medio de Granada. Todo un automatismo, una interiorización. No vimos esos aspavientos ni a Giorgio Aresu en sus mejores tiempos. ¡Ojú!
El equilibrio de mente y cuerpo vino con el paseo comercial-festivo por el centro. Hora y media de búsqueda en terrenos ayer pateados. A las 21, quedada, recogida y cena (macarrones con bechamel y hamburguesas; flan).
El silencio sepulcral del almuerzo se convirtió en una verdadera boda en la cena. Colegas de Madrid multiplicados por seis ocupaban el refectorio; más los comensales asiáticos, la edad dorada,…¡Qué bullicio!.

Hasta aquí. Son horas de cerrar la redacción porque los párpados se cierran. La noche ya no es la de ayer. La planta segunda ha cambiado el color. Cohabitan (¿conviven?) los IES Juana de Castilla  y el IES La Escribana, seguramente dos grandes mujeres, dos grandes centros, cada cual en su acepción.


martes, 7 de abril de 2015

Día Primero. 7.4.2015. GRANADA, EL MEJOR DESTINO


José R. PEDRAZA (Granada). Casi sin comerlo ni beberlo, de sopetón, metidos estamos una vez más en un autobús con alumnado. El espíritu escribano resucita en plena Pascua.
Tras muchos trámites, gestiones a troche y moche por parte de las DACE, la omnipresente Carolina y la neófita Virginia –mil gracias por lo hecho desaforada y desprendidamente-, amaneciendo, Jaime Pandelet (EPV) y José R. Pedraza (CCSS), en ruta con 13 muchach@s que terminan su etapa secundaria y que bien merecido tienen su viaje fin de estudios. Otros tantos se quedaron en el pueblo. No pudo ser, aunque bien que nos hubiese gustado que toda la tropa, la multitud, la nación cuartelera (l@s de 4º) hubiese hecho pertrecho camino de Granada (mira por donde, el nombre del hotel). No pudo ser los Pirineos, pero bien que estaremos en la montaña más alta de la península y su nieve puesta. Granada es blanca de cal y nieve, Albaicín y Sierra Nevada, y verde de rica vega y cipreses escalonados frente por frente al Palacio Rojo, Alhambra de los cuentos, de sultanes y de fuentes.
Más o menos puntuales, macrobus con minigrupo. ¡Que sobre! Ahora, que el maletero es propio de un verdadero grupo de aventura. Nadie acertaría el número de viajeros a la vista de las rebosantes tripas del autocar. ¡Chiquillo!
Parada técnica en Córdoba y rumbo al SE, la N-432 que tanto gastamos en su tramo Córdoba-El Vacar, perpendicular nos lleva ahora directa en pleno reino nazarita en su tramo Córdoba-Granada.
Desayuno en Nicol’s (estación de Luque). Las tostadas sobrepasan el 47 de pie, bien aliñadas con su aceite chorreante y su tomate triturado. De oreja a oreja una sonrisa pringosa para empezar bien el día.
La llegada a Granada, todo plácida. Instrucciones de última hora en pleno movimiento, como en los antiguos desplazamientos balompédicos. A orillas del Genil, en pleno Salón genilense, a la altura de la afluencia del Darro, el apeadero. Se despierta la capital de la Alta Andalucía.
Jaime parece mama-pata con su Google Maps y sus recuerdos de juventud. Sabe de callejero, pero se asegura. Los pollitos detrás. Un buen día espera, aunque la incertidumbre atenaza algún rostro y el caminar de otr@s. El móvil, las señales, “una pregunta, por favor”, y la memoria universitaria y musical de Pandelet nos conducen indefectiblemente a los Baños Árabes al Andalus Hamman. La carrera del Darro ya merece por si misma, y cuando se nos descubre la gran fortaleza nazarí, toda literatura sobra.
Pero merece contar el baño porque reportaje gráfico no hay. La cámara de apagó por intervalo de hora y media. Toda la liturgia de entrar, los patucos para los zapatos, las explicaciones de la gobernanta y el descorrimiento de la cortina que da paso al vestuario fueron todo un preludio de ese mundo tenebroso, vaporoso, cálido, morisco, insinuante que es sumergirse en termas de contraste, en el oriente mismo, con las velas tililantes, con el te rojo, con las azulejerías y las decoraciones almagras y las columnillas de mármol blanco. Y para colmo, un masaje de los que no se olvidan –dicen los afortunad@s-.
Una campanilla dulce nos despertó del sueño mismo en que se convirtió el baño. Difícil rehacernos cuando la experiencia no permitía tener voluntad de volver a la realidad, bella, pero realidad.
Darro arriba y comenzó la conquista del Albaicín, el barrio-estampa, la postal. El pelo se secó en la segunda callejuela, y en la cuarta el sudor corría espalda abajo. El Mirador de San Nicolás merece el baño de sudor. ¡Qué inefable, qué cuadro, qué paisaje!
Un cosmopolitismo al sol hacía del sitio una pequeña ONU, una séptima avenida. Rubios, hippies, flamencos, rastas, morenos, blancos, bienpuestos, mochileros, alumnado, bohemios, viajeros al encuentro. Pandelet dibujó, Pedraza relató.
Tras los bocatas de cada cual, que supieron como en casa, en buena armonía y fila india, la tarde nos condujo a la Granada cristiana, la catedralicia. Tiempo de escapatoria por Plaza Nueva y Gran Vía.
A la hora torera, Gustavo Gutiérrez, guía por derecho, nos llevó por los vericuetos del casco histórico. ¡Vaya saber estar y vaya itinerario! Mucho saber y mucho saber enseñar. L@s chic@s se comportaron como si el dédalo de calles y el patrimonio fuesen el aula improvisada de una clase cualquiera, libre aula de instituto. Pedagogía y didáctica en su mejor versión. Los profes nos guiñamos de la fortuna de haber encontrado a este granadino ilustre. Buen discurso, buena referencia. Alcaicería, Capilla Real, Pza del Carmen, Alhóndiga, la Madraza, la Judería que ahora es Realejo, la cuesta de Gomérez, Bib-Rambla,…El honorario se lo ganó con creces, como larga quiso hacer su ruta. Acortó lo que pudo a petición nuestra, y, tras despedirnos, bajamos por la margen derecha de un río soterrado, invisible, el Darro, volviendo a su desembocadura con el gran afluente, el Genil. En pleno encuentro geográfico, el topónimo “Mercadona”. Carga de cosas y descarga de vejiga. Y autobús al fondo.
En la vega, en el extrarradio, Hotel Camino de Granada. Cuatro estrellas, buena atención en todo momento, desparrame de maletas, y, con puntualidad británica, cena (espaguetis con tomate, flamenquines con patatas, helado, regado todo con agua embotellada). Chinos, Imserso y corchúos.
Promesas de que dormirán pronto, de que están cansadísimos (alguno quiso hacer pinitos en el gimnasio), de que ducha, luces en off,…Promesas.